viernes, 7 de noviembre de 2025

Chabel Lluvia: cuando no llueve, pero brilla la fantasía

Llevo toda la semana practicando la danza de la lluvia y ni gota de agua por aquí, ni señales de otoño prácticamente, y sin embargo… ¡Quería enseñaros la colección Chabel Lluvia! Seis modelos preciosos de la época Feber, cada uno con su propio encanto, su paraguas transparente y esas botas diminutas que parecen recién salidas de un sueño en miniatura.

Chabel Lluvia Otoño, que camina entre hojas imaginarias y cielos anaranjados. 

Yellow, radiante y dorada como un rayo de sol entre las nubes
Yo tengo la versión en color naranja pero también existe con el poncho en color amarillo. 
Green Park, con su aire tranquilo de paseo por un parque donde cada gota se convierte en chispa de fantasía. También incluía un cinturón verde que es el que me falta a mi y que no lleva en la fotografia. 

Oxford Street, la más cosmopolita, con su estilo urbano y sofisticado, siempre lista para un chaparrón elegante . 

Lluvia Tormenta parece traer el poder de los truenos en su mirada azulada. 
Este también tiene un variante con el pantalón azulón y la chaqueta creo recordar blanca a lunares azules ¡divino! (no encuentro el enlace) 

Primavera florece incluso sin agua, con tonos pastel y una sonrisa que ilumina los días secos.
Aunque por aquí no llueva, estas pequeñas viajeras del paraguas nos recuerdan algo: la lluvia puede ser también una actitud, una manera de mirar el mundo con brillo en los ojos y un toque de magia en los pies. Y sí, quizá las nubes no asomen por la ventana… pero en el universo de Chabel, ¡siempre hay una gota de ilusión esperando caer!

*Colección Chabel Lluvia (Feber)

Fabricante: Feber (España)

Lanzamiento: Finales de los años 80

Modelos: Otoño, Yellow, Green Park, Oxford Street, Tormenta y Primavera

Accesorios: Paraguas transparente, botas de lluvia, gorrito, fiambrera y conjunto temático. Para la niña un distintivo escolar para colgar en la mochila. 

Detalles distintivos: Cabellos brillantes, tonos pastel y un toque de melancolía encantadora.

Packing: Se cormercializaron en distintos formatos: maletín con los seis modelos, hexagonal con tres modelos distintos, caja individual y caja sólo con el vestido. 

martes, 28 de octubre de 2025

La calle de los voluntarios: la memoria que nació del barro

El aire aún huele a tierra mojada, a ese silencio que deja el agua cuando se va, pero no se olvida. Valencia sigue recuperando su pulso tras la DANA de 2024, aquella que, el 29 de octubre, convirtió las calles en cauces y las casas en refugios improvisados.
Fueron días de miedo, de pérdidas irreparables, pero también de una ola humana que se levantó antes que cualquier institución. Porque cuando todo se cayó, hubo quienes se quedaron.
Entre ellos estaba Danny —por ponerle un nombre, un rostro entre tantos otros—. Un voluntario anónimo que, apenas unos días después del desastre, se puso en una esquina y colocó una placa en lo alto de la fachada: Calle de los Voluntarios de la Dana. No hubo inauguración, ni cintas, ni discursos. Solo un gesto pequeño que decía mucho: la ayuda llegó desde abajo, no desde arriba.
La DANA dejó tras de sí 229 víctimas en la provincia (datos oficiales y a día de hoy siguen encontrando cuerpos de desaparecidos), miles de familias afectadas y una sensación de abandono que dolía tanto como el agua que cayó aquel día. Mientras los días pasaban sin respuestas, los vecinos y voluntarios limpiaban con sus propias manos. Se organizaron sin órdenes, sin protocolos, con cubos, palas y esperanza. Esa fue la verdadera primera línea. El pueblo ayuda al pueblo. 
La placa de nuestro Danny anónimo nació de ese espíritu. No para adornar una calle, sino para mantener viva la memoria de lo que fue el verdadero rescate: el ciudadano ayudando. Durante meses, las zonas afectadas han seguido reconstruyéndose poco a poco. Las fachadas volvieron a tener color, las tiendas han ido abriendo de nuevo, los niños regresaron a jugar.
Y la placa permanece allí, entre las grietas, recordando que la solidaridad no siempre tiene altavoz, pero sí raices.
Mañana es el primer aniversario del desatre y esa misma ciudad que se levantó sola vuelve a salir a la calle. Este pasado fin de semana, más de 50.000 personas llenaron el centro de Valencia pidiendo la dimisión de Carlos Mazón por su gestión de la DANA. Con pancartas de “Ni oblit ni perdó” y “La vostra incompetència acaba amb les nostres vides”, los manifestantes reclamaron verdad, justicia y reparación. 
Las asociaciones de víctimas aseguran que todavía no se han depurado responsabilidades políticas, que los informes se ocultan y que las promesas de reconstrucción avanzan más despacio de lo que se dijo. La ayuda económica llega a cuentagotas, y la transparencia, como el barro, sigue sin secarse del todo.
Mientras tanto, la placa de la Calle de los Voluntarios de la Dana sigue en pie, como testigo mudo. No representa solo el esfuerzo de los vecinos, sino también el contraste entre lo que el pueblo hizo y lo que el poder no hizo. La política ha intentado responder con declaraciones y comisiones, pero la calle —la de verdad— sigue recordando que la dignidad no se decreta: se demuestra.
La historia no termina con aquella lluvia.
Sigue en cada manifestación, en cada vecino que pregunta, en cada familia que aún espera respuestas.
Porque recordar no es quedarse atrás, es impedir que vuelva a pasar.

Un año después: la memoria qué exige

Asistencia masiva: según la Delegación del Gobierno, más de 50.000 personas participaron en la manifestación; la Policía Local calcula unas 32.000.

Reivindicación central: Verdad, Justicia y Reparación. Las asociaciones de víctimas insisten en que aún no hay informes públicos claros sobre las decisiones tomadas aquel día.

Símbolo persistente: la placa de la Calle de los Voluntarios de la Dana se ha convertido en lugar de encuentro espontáneo. Vecinos y afectados dejan flores, fotos y mensajes en memoria de los fallecidos. 

Desafío pendiente: reconstruir la confianza. Las instituciones hablan de obras y ayudas; la gente habla de abandono. Entre ambos, el recuerdo de nuestro amigo anónimo sigue pesando: no hubo focos, pero hubo acción.

Un año después, la lección sigue viva.

La transparencia no puede ser una promesa vacía: el pueblo tiene derecho a saber qué pasó.

La responsabilidad política no se mide en ruedas de prensa, sino en gestos de reparación.

La reconstrucción no puede ser solo cemento: necesita confianza, escucha y humanidad.

La memoria activa debe servir para evitar repetir errores: que cada DANA futura encuentre un sistema preparado y una comunidad empoderada.

Y allí, entre calles reconstruidas y muros nuevos, la pequeña placa de la Calle de los Voluntarios de la Dana sigue recordando que la verdadera reconstrucción comenzó sin órdenes, sin banderas, sin discursos.
Comenzó con las manos del pueblo y de todos los voluntarios que hasta allí acudieron.

jueves, 23 de octubre de 2025

Cuando los juguetes tiemblan: de Feber 1992 a Famosa 2025

Hay noticias que duelen más de lo que parece. Cuando leí que FAMOSA había solicitado un preconcurso de acreedores, sentí una punzada de tristeza difícil de explicar. No solo porque se trata de una de las jugueteras más queridas de nuestro país, sino porque, inevitablemente, me vinieron recuerdos de otra crisis que marcó una época: la de Juguetes Feber, allá por 1992.

Las dos historias, separadas por más de treinta años, parecen mirarse en un espejo empañado por el tiempo… el mismo que se ha llevado tantas cosas, pero no la nostalgia.

Feber, 1992: el principio del fin de una era

Recuerdo bien aquellos años. Feber no era una empresa cualquiera: era sinónimo de imaginación, de tardes de verano con muñecas y motos a batería, de catálogos llenos de color. En 1992, sin embargo, todo cambió. La compañía, que había alcanzado grandes cifras de ventas, se vio arrastrada por una tormenta financiera.
Los bancos, asustados, retiraron la confianza y en poco tiempo la liquidez desapareció. Feber tuvo que presentar una suspensión de pagos.
Detrás de las cifras había una historia más profunda: la de un sector que empezaba a transformarse, donde las importaciones ganaban terreno y la publicidad se volvía indispensable para sobrevivir.
Aun así, Feber intentó resistir. Consiguió refinanciar su deuda unos meses después, pero ya nada volvió a ser igual. Dejó atrás las muñecas —esas que tanto nos marcaron— para centrarse en otros productos. Y con esa decisión, muchos sentimos que también se cerraba un capítulo de nuestra infancia.

Famosa, 2025: la historia que se repite

Hoy, más de tres décadas después, leo que FAMOSA, heredera de tantas marcas queridas, atraviesa su propia tormenta. La empresa ha solicitado un preconcurso de acreedores para proteger su actividad, afectada por el retraso en la reestructuración de su matriz italiana, Giochi Preziosi.
No es una quiebra, sino una medida de protección. Pero el eco de lo que ocurrió con Feber resuena con fuerza.
El contexto, claro, es otro. Hoy los niños crecen rodeados de pantallas, la natalidad es más baja que nunca y los juguetes tradicionales luchan por mantener su espacio frente a videojuegos, series y móviles. El juguete físico ya no tiene el monopolio de la ilusión.
Aun así, hay algo que permanece: la fragilidad del sector, tan dependiente de la campaña de Navidad, de los créditos bancarios y de la confianza de un mercado cambiante.

Dos crisis, un mismo reflejo


Mirando estas dos columnas, no puedo evitar pensar que el tiempo pasa, pero los desafíos se repiten. Antes fue la falta de confianza bancaria; hoy es la dependencia de una matriz extranjera. Ayer era la competencia internacional; hoy es la revolución digital.
Ambas crisis nacen, en el fondo, del mismo punto débil: la dificultad de adaptarse a un mundo que cambia más rápido de lo que un juguete puede reinventarse.

Lo que nos enseñan Feber y Famosa

Cuando pienso en Feber, no pienso solo en una empresa que quebró. Pienso en las manos que moldearon sus muñecas, en las niñas que soñaron con una Chabel, en los catálogos que hacían brillar los ojos de los niños cada diciembre.
Feber nos enseñó que incluso los sueños necesitan una buena gestión financiera y una visión a largo plazo.
Y ahora Famosa nos recuerda que la nostalgia no basta para sostener una industria. Hace falta innovación, diversificación, y sobre todo, entender a los nuevos niños… y también a los adultos que seguimos coleccionando pedacitos de infancia.

Quizá la lección más importante es que los juguetes, como las personas, necesitan evolucionar sin perder su esencia. Si Feber tuvo que reinventarse para sobrevivir, tal vez Famosa tenga ahora la oportunidad de hacerlo de una forma diferente: integrando la tradición con el futuro, la emoción con la tecnología.

Epílogo

Cuando una empresa de juguetes atraviesa una crisis, no solo tiembla una fábrica: tiembla una parte de nuestra memoria colectiva.
Feber fue testigo de una época dorada y de un final abrupto. Famosa, por su parte, todavía puede escribir un nuevo capítulo.
Ojalá esta vez la historia tenga un desenlace distinto. Ojalá el juguete español vuelva a encontrar su lugar en el corazón —y las manos— de quienes seguimos creyendo que un muñeco, una bicicleta o una Chabel pueden contener algo mucho más grande que plástico y pintura: la magia de los recuerdos.

domingo, 19 de octubre de 2025

Chabel también viste de rosa

💕 Hoy, Chabel guarda su melena en una cajita y se viste de rosa. No lo hace por moda, sino por amor, por respeto y por todas aquellas mujeres que cada día luchan con una sonrisa.
La muñeca que una vez nos enseñó a soñar ahora nos enseña algo más grande: que la belleza también vive en la fortaleza, en la serenidad, en la esperanza.

Chabel calvita no es una imagen triste; es un símbolo. Es la representación de miles de historias llenas de coraje, de pequeñas victorias cotidianas, de días nublados que acaban en luz.
Su vestido rosa es un abrazo para todas las que están en el camino, para las que lo superaron y para las que ya brillan desde el cielo.

Porque, aunque el espejo cambie, la esencia sigue siendo la misma.
La ternura no se corta, el valor no se pierde y la alegría siempre encuentra un modo de regresar.

Hoy, más que nunca, Chabel nos recuerda que la fuerza también puede ser dulce, y la esperanza… siempre, rosa. 🎀

lunes, 6 de octubre de 2025

Cuando el lápiz llevaba un lazo rosa...

 

Hubo un tiempo —quizás una edad pequeña, casi olvidada— en que cualquier detalle cabía en el universo de la infancia: un portalápices con dibujos, una goma de borrar que olía a uva, un espejo diminuto que me acompañaba en el pupitre…

Para quienes crecimos en los años ochenta y noventa en España, esos objetos no eran meros utensilios, eran extensiones de nuestra imaginación. Y en ese catálogo íntimo de cosas queridas está Chabel, no sólo como muñeca, sino como marca que regalaba identidad a nuestros cuadernos, estuches, peines y neceseres.

Hay quien dice que los juguetes hablan del mundo que permitimos a quienes juegan. Y en esa lógica, los Tips de Chabel —esa línea de objetos escolares y de aseo personal— eran ventanas a una infancia que brindaba la posibilidad de “ser pequeña” con estilo, de hacer del orden un ritual y del espejo una compañera confidencial.

Vamos a recorrerlos juntos, pieza a pieza, memoria a memoria, y rescatar de nuevo el aroma del lápiz recién afilado.
Para quienes la acaban de descubrir o conocen poco de ella, Chabel fue una muñeca creada por la empresa Feber en los años ochenta. Su nacimiento estaba inspirado en la muñeca japonesa Licca-Chan (de la empresa Takara), aunque adaptada al gusto y mercado español de la época. 

Chabel no fue solo una figura plástica, sino una marca con universo: familia (Melli, Zos, Papá y Mamá), novio versus amigo (Danny), accesorios, casas, ropa, complementos. Durante su primera y segunda época de producción (hasta 1992, año en que se dejó de fabricar) acumuló una extensa gama de productos. 

En ese recorrido de años, Feber expandió la marca: no basta con vestir a Chabel, había que vestir también el entorno. Y ahí nacieron sus líneas de mobiliario, accesorios, complementos para casa y, especialmente, lo que se conoció como Tips.

¿Qué eran los Tips de Chabel?

El nombre Tips alude a una línea de productos de uso cotidiano más allá del juego puro: artículos de material escolar y de aseo personal que llevaban la estética de Chabel, Pocas Pecas y otros juguetes de la marca Feber.

Así, los Tips no eran juguetes (o no solo juguetes), sino utilidades envueltas en fantasía: el lápiz que llevaba estampados, el portalápices rosa con motivos florales, el neceser con cierre de clic, el espejo de bolsillo decorado con el logo de Chabel, el cepillo de dientes diminuto con su funda, etc.

El momento de auge de Chabel coincidió con una etapa de la escolaridad primaria en que el material escolar se volvió un ritual de identidad: tener el estuche “bonito”, la goma que “no rompe”, los lápices con aplique, la cartuchera que combinara, etc. En ese contexto, Feber ofrecía una continuidad de marca: si ya tenías una Chabel en casa, porque no tener la estampa de Chabel hasta en tu cuaderno.  Los Tips de Chabel se consolidaron entre 1990 y 1991, en paralelo con la expansión de la marca más allá de la muñeca pura. 
 
 
Luego, con los cambios del mercado, el auge del plástico barato, los packs multimarcas y la crisis de la industria juguetera española, esa línea se diluyó y muchas niñas crecieron dejando atrás esos objetos. Pero quedaron en la memoria: los Tips son vestigios de una infancia que combinaba juego y utilidad, y que hoy nos habla desde la nostalgia.

Para muchas niñas que crecieron con Chabel, los Tips eran parte del ajuar escolar: objetos con delicadeza decorativa, con colores pastel o vivos, con cierres, con estampados, con detalles que no tenían que ver con la funcionalidad pura, sino con el placer de usarlos.
 
Lápices decorados: lápices con dibujos de Chabel, a veces con la silueta, flores, corazones o el logo. Cada trazo parecía llevar una historia.

 
Bolígrafos y rotuladores: con tapas estampadas, con el nombre de Chabel impreso y colores combinables.

Gomas de borrar con el aroma característico de Chabel.

Plumieres / estuches: de plástico rígido o de tela, con escenas de Chabel en el frente, compartimentos interiores, pequeños espejos internos o etiquetas para poner el nombre.
Libretas / cuadernos / blocs: portadas adornadas, logos de Chabel, hojas estampadas, papel decorado.

Carpetas / archivadores: suficientemente ligeras y decoradas con motivos de Chabel, porque no bastaba con guardar apuntes, había que mostrarlos.
Álbumes de fotos / pegatinas / cromos: relacionados con Chabel, pegatinas intercambiables adhesivas para pegarlas en el álbum coleccionable o en cualquier cuaderno o carpeta.

Clips sujetapapeles, regla, escuadra, tijeras con formas decorativas.

Aseo personal con toque de Chabel

Cepillos de dientes + funda / estuches: cepillos pequeños con mango decorado, a juego con un estuche para protegerlos.

Tubos de pasta de dientes mini: ediciones pequeñas para llevar al cole o a excursiones, con ilustraciones de la muñeca.

Peines, cepillos para el pelo: diseños delicados, colores suaves, motivos florales o en relieve con el rostro o el nombre de Chabel.
Gomas del pelo / pasadores / lazos: accesorios para el cabello con estampados y lazos combinados.

Espejos de bolsillo: redondos o plegables, con tapa decorada, con la imagen o el logo de Chabel en relieve o estampada.

Toallas de mano pequeñas / toallitas: con bordes decorativos, logo bordado, colores coordinados.

Neceseres / estuches de aseo: con compartimentos para cepillo, pasta, peine; cierres metálicos o plásticos decorados, colores vivos o pastel. 

Cada uno de esos objetos era pequeño en tamaño, pero enorme en significado: acompañaba el viaje al cole, la excursión escolar, la merienda, la hora de gimnasia. Servían para distinguir, para personalizar, para decir “esto es mío”.
Lo interesante es que los Tips cruzaban la división utilitaria: no eran exclusivamente “material escolar” ni exclusivamente “artículos de aseo”; eran objetos mixtos, permitiendo que una niña llevase su estetismo a su rutina diaria.
Un estuche de Chabel no solo contenía lápices, sino una gomas de miga que ella elegía; un espejo de bolsillo viajaba en la bolsa del almuerzo o en la mochila; una toalla de mano podía colgarse con una pinza dentro del pupitre.

Ese cruce de mundos es lo que nos emociona ahora: no eran objetos destinados solo a “lo práctico”, sino a la experiencia plena de la infancia, donde todo —incluso el cepillo dental— tenía un matiz mágico.

Cuando intento recordar mis años de escuela primaria, hay escenarios que vuelven con nitidez:

El estuche que abría un mundo. Elegir el estuche en septiembre era como prometerte un año de fantasía: si era de Chabel, te parecías a las protagonistas de los anuncios de la tele. Dentro, el estuche contenía lápices por afilar y una goma que podía convertirse en protagonista si le dabas la vuelta mil veces.

En algún momento de clase —quizás durante el recreo o en el descanso del comedor— algunas niñas sacaban un espejo pequeño decorado con Chabel o Pocas Pecas para retocarse el pelo, ver si algo se movía, mirar sus pestañas. Tenía algo de secreto, de coquetería inocente. Y ese objeto, ínfimo en tamaño, se convertía en talismán.

Las conversaciones silenciosas en clase: “¿Me dejas tu goma rosa de Chabel?” o “Te doy este clip decorado si me pasas tu lápiz azul”. Esos objetos mínimos eran moneda de amistad, de complicidad.

Algunas niñas mostraban orgullo si su estuche no se rompía en todo el curso. Era parte del equipamiento digno de enseñar, junto con la funda de los libros, la caja de pinturas (que también llevaba un dibujo), la regla con motivos… Todo debía guardar su estética.

Y luego, inevitablemente, llegaba el final del curso: las portadas ya sin dibujo, el estuche medio rajado, el espejo con arañazos, las gomas que no borraban pues ya estaban muy usadas. Pero se resistía mantener el objeto hasta el final del curso, porque representaba algo más que uso: representaba identidad.


Si escuchas a alguien de esa generación decir “yo tenía un portalápices con mi nombre escrito”, no es un mero dato anecdótico: es una memoria viva, una pulsión de retorno al mundo infantil que esos objetos tocaban.

Al escribir con nostalgia, conviene preguntarse: ¿por qué nos emociona tanto un estuche viejo, un espejo rayado? ¿No es cosa de adultos que extrañan su infancia? Sí, pero también es algo más profundo: esos objetos nos recuerdan tiempos donde lo más importante era imaginar, soñar y sentir que lo cotidiano podía estar vestido de poesía.

Cuando somos niños, los objetos tienen peso simbólico. El lápiz no es un utensilio: es el canon de lo escrito, el mensajero de lo que piensas. El cepillo de dientes no es solo higiene: es tu imagen, tu reflejo. Poner un lazo, elegir un color, sostener un espejo: actos de afirmación, de identidad mínima.

Esos Tips de Chabel no eran lujos vacíos: eran herramientas para esa afirmación, para enseñarnos que incluso nuestras tareas (dibujar, borrar, escribir) podían tener belleza.

Cuando los veo o los recuerdo, revive esa promesa infantil: “yo existo con delicadeza”. Y por eso duele un poco que esos objetos, tan vibrantes en mis recuerdos, ya no estén —o existan solo como objeto de coleccionista.
La industria escolar cambió. Lo práctico barrió lo poético. Los packs neutros de plástico rígido, la homogeneidad del material, los precios bajos. Las niñas ya no pedían “el estuche de Chabel”, pedían “un estuche normal”. Las marcas pequeñas desaparecieron, los catálogos especializados se difuminaron, las papelerías cambiaron de modelo.

Esa historia de los Tips de Chabel dejó de producirse de forma masiva, y pasó a ser un recuerdo para quienes tuvimos la suerte de cruzar esa línea. Hoy esos objetos se han vuelto reliquias. Algunos coleccionistas buscan estuches, espejos, cepillos de aquella línea. Pero no solo los compran: los curan, los muestran, los rescatan como fragmentos de una infancia magnética.

Las fotografías mostradas en esta entrada son todas de mi colección particular. He puesto la marca de agua sobre los blister para evitar que se suban a portales de venta. 

A Chabel de Feber