
Hubo un tiempo —quizás una edad pequeña, casi olvidada— en que cualquier detalle cabía en el universo de la infancia: un portalápices con dibujos, una goma de borrar que olía a uva, un espejo diminuto que me acompañaba en el pupitre…
Para quienes crecimos en los años ochenta y noventa en España, esos objetos no eran meros utensilios, eran extensiones de nuestra imaginación. Y en ese catálogo íntimo de cosas queridas está Chabel, no sólo como muñeca, sino como marca que regalaba identidad a nuestros cuadernos, estuches, peines y neceseres.
Hay quien dice que los juguetes hablan del mundo que permitimos a quienes juegan. Y en esa lógica, los Tips de Chabel —esa línea de objetos escolares y de aseo personal— eran ventanas a una infancia que brindaba la posibilidad de “ser pequeña” con estilo, de hacer del orden un ritual y del espejo una compañera confidencial.
Vamos a recorrerlos juntos, pieza a pieza, memoria a memoria, y rescatar de nuevo el aroma del lápiz recién afilado.

Para quienes la acaban de descubrir o conocen poco de ella, Chabel fue una muñeca creada por la empresa Feber en los años ochenta. Su nacimiento estaba inspirado en la muñeca japonesa Licca-Chan (de la empresa Takara), aunque adaptada al gusto y mercado español de la época.
Chabel no fue solo una figura plástica, sino una marca con universo: familia (Melli, Zos, Papá y Mamá), novio versus amigo (Danny), accesorios, casas, ropa, complementos. Durante su primera y segunda época de producción (hasta 1992, año en que se dejó de fabricar) acumuló una extensa gama de productos.
En ese recorrido de años, Feber expandió la marca: no basta con vestir a Chabel, había que vestir también el entorno. Y ahí nacieron sus líneas de mobiliario, accesorios, complementos para casa y, especialmente, lo que se conoció como Tips.
¿Qué eran los Tips de Chabel?
El nombre Tips alude a una línea de productos de uso cotidiano más allá del juego puro: artículos de material escolar y de aseo personal que llevaban la estética de Chabel, Pocas Pecas y otros juguetes de la marca Feber.
Así, los Tips no eran juguetes (o no solo juguetes), sino utilidades envueltas en fantasía: el lápiz que llevaba estampados, el portalápices rosa con motivos florales, el neceser con cierre de clic, el espejo de bolsillo decorado con el logo de Chabel, el cepillo de dientes diminuto con su funda, etc.
El momento de auge de Chabel coincidió con una etapa de la escolaridad primaria en que el material escolar se volvió un ritual de identidad: tener el estuche “bonito”, la goma que “no rompe”, los lápices con aplique, la cartuchera que combinara, etc. En ese contexto, Feber ofrecía una continuidad de marca: si ya tenías una Chabel en casa, porque no tener la estampa de Chabel hasta en tu cuaderno. Los Tips de Chabel se consolidaron entre 1990 y 1991, en paralelo con la expansión de la marca más allá de la muñeca pura.

Para muchas niñas que crecieron con Chabel, los Tips eran parte del ajuar escolar: objetos con delicadeza decorativa, con colores pastel o vivos, con cierres, con estampados, con detalles que no tenían que ver con la funcionalidad pura, sino con el placer de usarlos.
Lápices decorados: lápices con dibujos de Chabel, a veces con la silueta, flores, corazones o el logo. Cada trazo parecía llevar una historia.
Bolígrafos y rotuladores: con tapas estampadas, con el nombre de Chabel impreso y colores combinables.
Gomas de borrar con el aroma característico de Chabel.
Plumieres / estuches: de plástico rígido o de tela, con escenas de Chabel en el frente, compartimentos interiores, pequeños espejos internos o etiquetas para poner el nombre.
Libretas / cuadernos / blocs: portadas adornadas, logos de Chabel, hojas estampadas, papel decorado.
Carpetas / archivadores: suficientemente ligeras y decoradas con motivos de Chabel, porque no bastaba con guardar apuntes, había que mostrarlos.
Álbumes de fotos / pegatinas / cromos: relacionados con Chabel, pegatinas intercambiables adhesivas para pegarlas en el álbum coleccionable o en cualquier cuaderno o carpeta.
Clips sujetapapeles, regla, escuadra, tijeras con formas decorativas.
Aseo personal con toque de Chabel
Cepillos de dientes + funda / estuches: cepillos pequeños con mango decorado, a juego con un estuche para protegerlos.
Tubos de pasta de dientes mini: ediciones pequeñas para llevar al cole o a excursiones, con ilustraciones de la muñeca.
Peines, cepillos para el pelo: diseños delicados, colores suaves, motivos florales o en relieve con el rostro o el nombre de Chabel.
Gomas del pelo / pasadores / lazos: accesorios para el cabello con estampados y lazos combinados.
Espejos de bolsillo: redondos o plegables, con tapa decorada, con la imagen o el logo de Chabel en relieve o estampada.
Toallas de mano pequeñas / toallitas: con bordes decorativos, logo bordado, colores coordinados.
Neceseres / estuches de aseo: con compartimentos para cepillo, pasta, peine; cierres metálicos o plásticos decorados, colores vivos o pastel.
Cada uno de esos objetos era pequeño en tamaño, pero enorme en significado: acompañaba el viaje al cole, la excursión escolar, la merienda, la hora de gimnasia. Servían para distinguir, para personalizar, para decir “esto es mío”.
Lo interesante es que los Tips cruzaban la división utilitaria: no eran exclusivamente “material escolar” ni exclusivamente “artículos de aseo”; eran objetos mixtos, permitiendo que una niña llevase su estetismo a su rutina diaria.
Un estuche de Chabel no solo contenía lápices, sino una gomas de miga que ella elegía; un espejo de bolsillo viajaba en la bolsa del almuerzo o en la mochila; una toalla de mano podía colgarse con una pinza dentro del pupitre.
Ese cruce de mundos es lo que nos emociona ahora: no eran objetos destinados solo a “lo práctico”, sino a la experiencia plena de la infancia, donde todo —incluso el cepillo dental— tenía un matiz mágico.
Cuando intento recordar mis años de escuela primaria, hay escenarios que vuelven con nitidez:
El estuche que abría un mundo. Elegir el estuche en septiembre era como prometerte un año de fantasía: si era de Chabel, te parecías a las protagonistas de los anuncios de la tele. Dentro, el estuche contenía lápices por afilar y una goma que podía convertirse en protagonista si le dabas la vuelta mil veces.
En algún momento de clase —quizás durante el recreo o en el descanso del comedor— algunas niñas sacaban un espejo pequeño decorado con Chabel o Pocas Pecas para retocarse el pelo, ver si algo se movía, mirar sus pestañas. Tenía algo de secreto, de coquetería inocente. Y ese objeto, ínfimo en tamaño, se convertía en talismán.
Las conversaciones silenciosas en clase: “¿Me dejas tu goma rosa de Chabel?” o “Te doy este clip decorado si me pasas tu lápiz azul”. Esos objetos mínimos eran moneda de amistad, de complicidad.
Algunas niñas mostraban orgullo si su estuche no se rompía en todo el curso. Era parte del equipamiento digno de enseñar, junto con la funda de los libros, la caja de pinturas (que también llevaba un dibujo), la regla con motivos… Todo debía guardar su estética.
Y luego, inevitablemente, llegaba el final del curso: las portadas ya sin dibujo, el estuche medio rajado, el espejo con arañazos, las gomas que no borraban pues ya estaban muy usadas. Pero se resistía mantener el objeto hasta el final del curso, porque representaba algo más que uso: representaba identidad.
Si escuchas a alguien de esa generación decir “yo tenía un portalápices con mi nombre escrito”, no es un mero dato anecdótico: es una memoria viva, una pulsión de retorno al mundo infantil que esos objetos tocaban.
Al escribir con nostalgia, conviene preguntarse: ¿por qué nos emociona tanto un estuche viejo, un espejo rayado? ¿No es cosa de adultos que extrañan su infancia? Sí, pero también es algo más profundo: esos objetos nos recuerdan tiempos donde lo más importante era imaginar, soñar y sentir que lo cotidiano podía estar vestido de poesía.
Cuando somos niños, los objetos tienen peso simbólico. El lápiz no es un utensilio: es el canon de lo escrito, el mensajero de lo que piensas. El cepillo de dientes no es solo higiene: es tu imagen, tu reflejo. Poner un lazo, elegir un color, sostener un espejo: actos de afirmación, de identidad mínima.
Esos Tips de Chabel no eran lujos vacíos: eran herramientas para esa afirmación, para enseñarnos que incluso nuestras tareas (dibujar, borrar, escribir) podían tener belleza.
Cuando los veo o los recuerdo, revive esa promesa infantil: “yo existo con delicadeza”. Y por eso duele un poco que esos objetos, tan vibrantes en mis recuerdos, ya no estén —o existan solo como objeto de coleccionista.

La industria escolar cambió. Lo práctico barrió lo poético. Los packs neutros de plástico rígido, la homogeneidad del material, los precios bajos. Las niñas ya no pedían “el estuche de Chabel”, pedían “un estuche normal”. Las marcas pequeñas desaparecieron, los catálogos especializados se difuminaron, las papelerías cambiaron de modelo.
Esa historia de los Tips de Chabel dejó de producirse de forma masiva, y pasó a ser un recuerdo para quienes tuvimos la suerte de cruzar esa línea. Hoy esos objetos se han vuelto reliquias. Algunos coleccionistas buscan estuches, espejos, cepillos de aquella línea. Pero no solo los compran: los curan, los muestran, los rescatan como fragmentos de una infancia magnética.
Las fotografías mostradas en esta entrada son todas de mi colección particular. He puesto la marca de agua sobre los blister para evitar que se suban a portales de venta.
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