Las dos historias, separadas por más de treinta años, parecen mirarse en un espejo empañado por el tiempo… el mismo que se ha llevado tantas cosas, pero no la nostalgia.
Feber, 1992: el principio del fin de una era
Recuerdo bien aquellos años. Feber no era una empresa cualquiera: era sinónimo de imaginación, de tardes de verano con muñecas y motos a batería, de catálogos llenos de color. En 1992, sin embargo, todo cambió. La compañía, que había alcanzado grandes cifras de ventas, se vio arrastrada por una tormenta financiera.
Los bancos, asustados, retiraron la confianza y en poco tiempo la liquidez desapareció. Feber tuvo que presentar una suspensión de pagos.
Detrás de las cifras había una historia más profunda: la de un sector que empezaba a transformarse, donde las importaciones ganaban terreno y la publicidad se volvía indispensable para sobrevivir.
Aun así, Feber intentó resistir. Consiguió refinanciar su deuda unos meses después, pero ya nada volvió a ser igual. Dejó atrás las muñecas —esas que tanto nos marcaron— para centrarse en otros productos. Y con esa decisión, muchos sentimos que también se cerraba un capítulo de nuestra infancia.
Famosa, 2025: la historia que se repite
Hoy, más de tres décadas después, leo que FAMOSA, heredera de tantas marcas queridas, atraviesa su propia tormenta. La empresa ha solicitado un preconcurso de acreedores para proteger su actividad, afectada por el retraso en la reestructuración de su matriz italiana, Giochi Preziosi.
No es una quiebra, sino una medida de protección. Pero el eco de lo que ocurrió con Feber resuena con fuerza.
El contexto, claro, es otro. Hoy los niños crecen rodeados de pantallas, la natalidad es más baja que nunca y los juguetes tradicionales luchan por mantener su espacio frente a videojuegos, series y móviles. El juguete físico ya no tiene el monopolio de la ilusión.
Aun así, hay algo que permanece: la fragilidad del sector, tan dependiente de la campaña de Navidad, de los créditos bancarios y de la confianza de un mercado cambiante.
Dos crisis, un mismo reflejo
Mirando estas dos columnas, no puedo evitar pensar que el tiempo pasa, pero los desafíos se repiten. Antes fue la falta de confianza bancaria; hoy es la dependencia de una matriz extranjera. Ayer era la competencia internacional; hoy es la revolución digital.
Ambas crisis nacen, en el fondo, del mismo punto débil: la dificultad de adaptarse a un mundo que cambia más rápido de lo que un juguete puede reinventarse.
Lo que nos enseñan Feber y Famosa
Cuando pienso en Feber, no pienso solo en una empresa que quebró. Pienso en las manos que moldearon sus muñecas, en las niñas que soñaron con una Chabel, en los catálogos que hacían brillar los ojos de los niños cada diciembre.
Feber nos enseñó que incluso los sueños necesitan una buena gestión financiera y una visión a largo plazo.
Y ahora Famosa nos recuerda que la nostalgia no basta para sostener una industria. Hace falta innovación, diversificación, y sobre todo, entender a los nuevos niños… y también a los adultos que seguimos coleccionando pedacitos de infancia.
Quizá la lección más importante es que los juguetes, como las personas, necesitan evolucionar sin perder su esencia. Si Feber tuvo que reinventarse para sobrevivir, tal vez Famosa tenga ahora la oportunidad de hacerlo de una forma diferente: integrando la tradición con el futuro, la emoción con la tecnología.
Epílogo
Cuando una empresa de juguetes atraviesa una crisis, no solo tiembla una fábrica: tiembla una parte de nuestra memoria colectiva.
Feber fue testigo de una época dorada y de un final abrupto. Famosa, por su parte, todavía puede escribir un nuevo capítulo.
Ojalá esta vez la historia tenga un desenlace distinto. Ojalá el juguete español vuelva a encontrar su lugar en el corazón —y las manos— de quienes seguimos creyendo que un muñeco, una bicicleta o una Chabel pueden contener algo mucho más grande que plástico y pintura: la magia de los recuerdos.
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